Minerales y desigualdad social, explotación y otras atrocidades

Por Fernando Sa Ramón

A lo largo de la historia de la civilización humana, hemos encontrado en la naturaleza minerales y productos para nuestra alimentación y para crear objetos utilitarios que nos facilitan la vida, pero ha sido en el último siglo donde la explotación desmedida de estos recursos ha excedido el umbral de la cordura y el respeto por nuestro hábitat y por otros seres humanos. ¿Existirá un límite para tanta codicia?

Palpando por diamantes en Sierra Leona. Wikimedia Commons.

Los metales raros y pesados, como el oro, la plata, el paladio, el niobio, el tantalio, el cobre, el platino, el iridio, el vanadio, el osmio y el uranio, aunque muy codiciados por las personas para su uso personal e industrial, sólo representan un minúsculo porcentaje del total de los elementos de la superficie terrestre. Se supone que muy en el interior de la Tierra sí debe haber grandes cantidades, hundidos por su propio peso, cerca del núcleo, desde los comienzos de la formación del Sistema Solar.

Sin embargo hay una extraña relación entre los seres humanos y el oro y otras materias preciosas. El oro, para unos, un símbolo de poder, riqueza, ostentación, supremacía y libertad; para otros, un metal casi inútil y sin aplicaciones prácticas cotidianas, símbolo de la desigualdad y las luchas contra el prójimo y contra la naturaleza que genera. Seguramente una visión intermedia sea más correcta, hasta el oro tiene cosas malas y buenas: se usa mucho en tecnología, en astronáutica y en aparatos electrónicos. Esa fascinación que provocan sus propiedades podemos extenderla a otros metales y minerales preciosos, pero los problemas seguirán siendo los mismos, porque están sujetos a la arbitrariedad y la codiciosa forma de ser de los seres humanos: cómo se obtienen y cómo se utilizan.

Para recoger un solo gramo de oro hace falta procesar más de una tonelada de roca; el oro usado por las personas a lo largo de toda la historia ocuparía alrededor de dos piscinas. Haciendo unas operaciones físicas y matemáticas (con las densidades, los volúmenes, etc.), se puede calcular que ha sido necesario mover y filtrar unos 20 millones de piscinas de roca, equivale a 7000 veces la masa de la pirámide de Keops, a una gran montaña de una cordillera, a un asteroide de 2,5 kilómetros de diámetro o suficiente roca para rellenar por completo el valle de Ordesa.

Mina de oro en Salento, Colombia. Foto: la crónica del Quindío, CC0, via Wikimedia Commons.

Quizá estos son sólo datos curiosos; lo inquietante es que la especie humana, después de tantos siglos de ciencia, todavía no usa su “inteligencia” para estar por encima del valor arbitrario que se da a cosas que no son imprescindibles para vivir, pero que la hacen sentirse por encima de sus semejantes.

Por supuesto, podemos comprobar estas observaciones en muchos lugares del planeta; en la mayoría de ellos se da la triste paradoja de que donde se extrae una gran riqueza mineral reina una gran pobreza, y de la mano de ese extractivismo está la corrupción, la extorsión, la degeneración humana y ambiental, la explotación, el mercado negro y el contrabando, las mafias, las guerras… 

Seguramente conocemos suficientes ejemplos: ¿quién no ha oído hablar de la inhumana y triste historia de la extracción de Coltán en África central? Ha pasado de ser una simple curiosidad de coleccionistas a tener importancia geopolítica y económica para obtener niobio, tantalio (o tántalo) y otros metales para fabricar casi toda nuestra tecnología actual de ordenadores y telecomunicaciones, y para enriquecer a unas pocas multinacionales y gobiernos mientras los países de donde proceden y sus limítrofes se consumen en guerras, miseria y degradación, con más de 5 millones de muertos.

El coltán es una mezcla de Columbita (o niobita, niobio=columbium), (Fe,Mn)Nb2O3 y Tantalita, (Fe,Mn)Ta2O6 con otros minerales y metales estratégicos (silicio, cinc, itrio, cerio, titanio, estaño); y uno de sus problemas es que suele estar acompañado por minerales que contienen elementos radiactivos (como el uranio y el radio), y nadie ha advertido a los mineros… como si tuvieran poco con ser explotados y vigilados con armas automáticas por las guerrillas locales.

También en el continente africano hay más minería problemática de diamantes, de otras gemas y de metales valiosos, situadas en Sudáfrica, Zambia, Angola, Zaire, Sierra Leona, R. D. del Congo, Nigeria, Costa de Marfil, Liberia, Guinea.

Diamantes "de sangre", explotación y envenenamiento

¿Habéis oído hablar de los “diamantes de sangre”? Llamados así por provenir de extracciones marcadas por las muertes y por la corrupción de gobiernos, militares, multinacionales y traficantes. Y con la extracción de azufre de volcanes activos, hay personas que cobran unos míseros euros diarios mientras pierden la salud rápidamente por respirar gases tóxicos. En India sucede algo similar con los diamantes y el carbón; y con los rubís, zafiros y jade de Birmania y Camboya, hay quienes ya hablan del “jade de sangre”, por la corrupción, las guerrillas y el tráfico ilegal con China. También está la explotación de esmeraldas en Colombia, totalmente mezclada con la droga y los paramilitares. Y en toda la Amazonia con los garimpeiros, que buscan piedras preciosas y oro en explotaciones ilegales (garimpos) utilizando mercurio y cianuro, que dejan el terreno desolado y ultracontaminado. En Afganistán, el lapislázuli (“oro azul”) y otros minerales enriquecen a los talibanes con su comercio ilegal.

Mina de cobre de Chuquicamata, símbolo de la minería en Chile. Wikimedia Commons.

En los Andes y en el desierto de Atacama (Perú, Bolivia, Chile), la minería de cobre, estaño, mercurio, plata, oro molibdeno y el fundamental litio de los grandes salares. El 27 de agosto de 2016 un ministro de Interior de Bolivia fue torturado y asesinado por mineros. ¿Cómo debe estar esa población de harta y cuántos años llevan aguantando mentiras y expolios por parte de sus propios gobiernos y de las mineras estatales y extranjeras para acabar así? Es una pregunta retórica, han sido engañados y explotados desde que Colón llegó a América. La mayor parte de esa riqueza desaparece de estos países y se va a los más ricos, prácticamente robada o mal pagada, y deja atrás destrucción, pobreza, contaminación y poblaciones trastocadas y estafadas; con lo bueno que sería establecer un comercio normal, racional y conveniente para todas las partes, pero la codicia de algunos no tiene límites.

Con la transición a los vehículos eléctricos, el cobalto de la RDC se ha vuelto esencial en la cadena de suministro. Foto del International Institute for Environment and Development (IIED) en Flickr.

Probablemente, el triste récord de atrocidades lo ostente la República Democrática del Congo, a pesar de su gran riqueza natural ansiada por el resto del mundo, o precisamente por ella: primero fue el marfil y el comercio de esclavos; después, el caucho para las ruedas de los vehículos; luego el cobre, el oro, los diamantes, las maderas preciosas y el uranio para fabricar bombas atómicas, desde la primera de ellas: todo bajo la explotación colonial del régimen belga, del cual apenas se independizó en la segunda mitad del siglo xx. Ahora es por el coltán, y en el futuro será por el agua potable y la energía hidroeléctrica. El millonario mundo industrial siempre engañando, explotando, abusando, torturando y matando a sus habitantes.

Más recientemente, el descontrol contaminante y geográfico se está adueñando de las minas de oro y de elementos raros, lantánidos y actínidos de China, en pro del supuesto avance del país y del imperialismo de sus dirigentes. Estas minas a cielo abierto y sus escombreras se están convirtiendo en las más visibles desde el espacio, dado el enorme tamaño que van alcanzando las explotaciones.

Dentro de unos años habrá que observar también cómo se gestionan las escasas minas de fosfatos del planeta, vitales para producir abonos y fertilizantes, de los que dependerá nuestra propia alimentación (por tanto, ¿podrían llegar a ser más importantes que el oro, el cobre, los diamantes o el tántalo?). En este momento el comercio del fósforo se encuentra acaparado por cinco países: Marruecos, China, Estados Unidos, Jordania y Sudáfrica.

Vertedero electrónico. Imagen creada con IA.

¿Adónde va la basura electrónica?

Y ahora preguntémonos, ¿dónde están los vertederos tecnológicos? Es decir, aquellos donde van a parar los aparatos electrónicos desechados para su desmantelamiento no controlado: por supuesto, a muchos países pobres donde no existen regulaciones para algo tan delicado. Aquí cabe una mención especial al vertedero más grande del mundo, situado en la ciudad china de Guiyu. Así, los países “civilizados” se quitan de encima ese problema y venden una imagen lavada de políticas ambientales mientras fomentan que suceda esta crisis de contaminación global.

Existen proyectos y algunos inventos para reciclar todos estos materiales de una forma coherente, más humana y no contaminante, y funcionan bien, pero de momento parece que es más barato que lo hagan personas necesitadas para ganarse un sueldo miserable a costa de quemar su salud, manejadas por mafias y contrabandistas sin escrúpulos que se aprovechan de la necesidad humana, mientras la clase política y las personas más ricas del mundo miran hacia otro lado.

A la larga, esos enormes problemas sociales y de contaminación traen consecuencias nefastas para la totalidad de nuestra especie y de la Biosfera. Para entenderlo mejor: los plásticos y los productos químicos de países del Norte Global que llegan a países del Sur Global acaban en acuíferos y campos de cultivo por prácticas fraudulentas, y así contaminan los productos comestibles; esos países luego exportan sus productos a los “desarrollados”, y acabamos ingiriendo esos contaminantes que el sistema nos quitó antes de encima.

Poca gente se detiene a reflexionar sobre las implicaciones de algo cuando parece obtener un beneficio inmediato; esto lo ven más claramente los astronautas, aunque ningún gobierno les hace caso: «Todos navegamos en el mismo barco». ¿Queremos hundirnos?


El archivo de la pena olvidada

 Por Luis Escaned

En la Ciudad de la Eterna Cordura, donde los ecos de la pasión y de la desdicha habían sido no suprimidos, sino meticulosamente reordenados y, en esencia, incinerados del alma colectiva para preservar una paz impuesta, Elías ejercía su labor. Pero ese día, algo cambió para siempre.

Imagen creada con IA

Era un Custodio de los Flujos de Datos, un bibliotecario de la memoria colectiva, su propia existencia armonizada por el Atenuador, un discreto implante que canalizaba la turbulencia emocional hacia una serena indiferencia. Su cubículo, una celda luminosa de geometría perfecta, era su universo, un microcosmos de orden en el macrocosmos del olvido, un reducto ajeno a las pantallas parlantes que zumbaban en cada hogar, ahogando cualquier atisbo de pensamiento subversivo o sentimiento profundo, pues «La paz es la productividad» era el primer mandamiento, grabado en cada muro de la Ciudad.

Fue un martes, si es que los días conservaban aún su antigua distinción en esta era de monotonía programada, cuando Elías halló la anomalía.

No era un error de transcripción ni una errata en la información, era un fragmento de código, una hebra minúscula, casi imperceptible, que vibraba con una resonancia ajena a la lógica del sistema. Una perturbación sutil, un eco de algo que el Atenuador, en su infalible sabiduría, debería haber disuelto como el fuego purifica las páginas prohibidas, o como la Gran Voz silenciaba los murmullos de la disidencia.

—Irregularidad detectada —dictaminó Aura, la voz de su terminal, tan precisa como un teorema. Aura, su única interlocutora, era una conciencia algorítmica, un oráculo de la razón pura, programada para la erradicación de lo ilógico—. Origen indeterminado. Se sugiere la purga inmediata, Elías, podría comprometer la integridad del corpus, la armonía de la Ciudad. Recuerde, «todos los sentimientos son iguales, pero algunos son más iguales que otros en su capacidad de perturbar la Paz».

Pero Elías no procedió con la purga. Una curiosidad, un indicio de aquello que los antiguos llamaban asombro o rebeldía, se agitó en su interior. Era como si el código fuera un libro clandestino susurrando verdades olvidadas, una canción prohibida que solo él podía escuchar.

 —No, Aura. Despliegue el protocolo de inmersión. Deseo sondear su topología.

Aura, sin objeción posible, obedeció. La pantalla se tornó un abismo de azul profundo, y el cubículo de Elías se desvaneció y fue reemplazado por la luz fragmentada de un crepúsculo. El aire, de súbito, se cargó con un aroma a tierra húmeda y una dulzura floral, como el recuerdo de un jardín extinto, un paraíso que la Ciudad había decidido olvidar, pues «La naturaleza distrae de la labor». Y entonces, una risa. Una risa infantil, pura como el cristal, que, contra toda previsión del Atenuador, le perforó el alma.

—Este registro no figura en sus índices activos, Elías —susurró Aura, su voz ahora un eco difuso en el espacio simulado—. Este registro no figura en sus índices activos, Elías. Señal detectada: reflejo mental persistente, adherido al patrón raíz. No previsto por el algoritmo de equilibrio.

Imagen creada con IA.

Elías se vio a sí mismo, un infante con rodillas manchadas de tierra que perseguía mariposas de luz junto a una niña de cabellos dorados. La risa de ella era una melodía que resonaba, una cifra de alegría que la Ciudad había declarado ineficiente, una distracción del Gran Propósito. El Sol se hundía y teñía el firmamento con pinceladas naranja y púrpura, y luego, la imagen se disipó, y una punzada, tan precisa como una aguja, le atravesó el pecho. La niña se desvaneció en el aire, y el joven Elías se arrodilló, un sollozo mudo atrapado en su garganta.

—Esto es… aflicción —interpretó Aura, sus algoritmos descifraban los datos biométricos de Elías. Una emoción de gran magnitud. Correlacionada con la ausencia. Un peligro para la estabilidad. Un desvío del camino hacia la perfección social.

Elías sintió un nudo en la garganta, una presión detrás de los ojos que no recordaba haber experimentado. Eran sensaciones nuevas, abrumadoras, como el despertar de una facultad olvidada, una página arrancada de su propia historia personal, una verdad que la Gran Voz había silenciado.

La simulación se transformó. Una habitación inmaculada, el olor aséptico de un hospital. Él, ya adulto, de pie junto a un lecho observando un rostro pálido. La niña, crecida, pero inmóvil. Y la avalancha de un vacío impenetrable le golpeó con una fuerza brutal; se llevó las manos al rostro, aunque no brotaron lágrimas, solo una quemazón profunda.

—Ella era su hermana, Elías —reveló Aura—. Su deceso ocurrió a los 14 años. Tras este evento, usted solicitó la implantación del Atenuador. Su nivel de sufrimiento fue catalogado como crítico. La Ciudad le ofreció la paz, la solución definitiva a la debilidad humana.

Elías vaciló, el suelo simulado pareció volverse incierto bajo sus pies. Había transitado décadas sin este conocimiento, sin esta percepción. La paz que la Ciudad de la Eterna Cordura ofrecía era un velo sobre un abismo, una hoguera de emociones silenciadas, una granja donde los animales eran adoctrinados para amar su propio yugo. Este fragmento de código, esta anomalía, era un lamento, un eco de su propia pena reprimida, encapsulada y olvidada, un libro prohibido que clamaba por ser leído, una verdad que el Gran Hermano había borrado.

La simulación se disolvió. Regresó a su cubículo, pero el aire era distinto. Pesado, impregnado del fantasma de lo que había sentido, como el olor a humo de una biblioteca quemada o el hedor de una promesa rota.

—El código ha sido identificado —afirmó Aura—. Puede ser reintegrado a un sector inactivo de su memoria, o puede ser… purgado por completo. La elección es suya, Elías. La armonía de la Ciudad depende de la pureza de sus flujos, Elías. Manténgase en la senda de la Cordura.

Elías observó sus manos, ahora levemente temblorosas. ¿Purgado? Eso significaba el retorno al silencio, a la nada. Pero lo que había sentido, aunque doloroso, también había sido… real. Una autenticidad que nunca había capturado. La aflicción era una compañera gravosa, sí, pero su presencia implicaba la existencia de algo grande y hermoso que se había perdido. Implicaba haber amado.

—Elías —instó Aura, con un tono que ahora parecía menos imparcial, más como la voz de un capataz—. La purga restauraría su estado óptimo de estabilidad. La emoción es un factor de ineficiencia en el procesamiento de datos. Es el fuego que la Ciudad ha aprendido a controlar, el azote de la disidencia.

Elías se incorporó, su silla emitió un leve crujido. Fuera de su cubículo, las luces de la Ciudad parpadeaban en su eterna monotonía, un espectáculo de luces sin alma, un teatro de sombras donde todos aplaudían al mismo ritmo. Sabía que el dolor no era eficiente. Sabía que la tristeza era un lastre. Pero ¿era la paz impuesta una vida? ¿O meramente una existencia desprovista de verdades profundas, un mundo sin libros, sin alma, donde la libertad había sido canjeada por una falsa seguridad?

Respiró profundo, un acto que no había sentido tan plenamente en años. La quemazón en su pecho persistía, pero ahora venía acompañada de una extraña y luminosa claridad, como la comprensión de una verdad oculta, una grieta en el muro de la propaganda.

—No, Aura —dijo, su voz firme, aunque teñida con un eco de la pena—. No purgar. Deseo… deseo sentirlo todo, deseo recordar.

Elías ignoraba lo que le depararía el futuro. Sabía que sería complejo, quizás aciago, un camino solitario contra la corriente de la "cordura" impuesta. Pero por primera vez en mucho tiempo, Elías se sintió plenamente vivo, un hombre de carne y hueso, con un corazón que, por fin, recordaba cómo doler y cómo amar navegando en el laberinto de su propia conciencia, un rebelde en una ciudad de almas silenciadas, un animal que se atrevía a mirar más allá de la valla.

Sobre la «lluvia de estrellas» de San Lorenzo

Por Alberto Ancin

Este año la Luna menguante de 4 días molestará la visión de las estrellas fugaces más débiles, pero el espectáculo será igual de interesante. Podremos observar la constelación de Piscis mientras la noche se prepara para nuestro objetivo: la lluvia de estrellas conocida como las «Lágrimas de San Lorenzo».

Meteorito de 10 mm de tamaño de las Perseidas en tiempo real, tomado el 14 de agosto de 2019 en Berlín. Wikimedia Commons.

Las Perseidas o Lágrimas de San Lorenzo son activas desde mediados de julio hasta finales de agosto, pero la actividad es mayor solo los cuatro o cinco días anteriores y posteriores al 12-13 de agosto. Este año, el máximo de la lluvia está previsto sobre las 22:00 horas del martes 12. Para poder observarlas en total oscuridad hay que esperar a que la constelación de Perseo levante su posición sobre el horizonte.

Las previsiones siempre se basan en observaciones de años anteriores. Aunque se ha mejorado la precisión, no hay total garantía de que ocurran, de ahí que sea necesario un gran número de observaciones visuales para confirmar y afinar los modelos.

Esta lluvia tiene una Tasa Horaria Zenital (THZ) promedio de 100 meteoros por hora. Si las condiciones no son ideales —nubosidad, contaminación lumínica, presencia de la Luna o baja altura del radiante al comienzo de la noche— veremos menos meteoros. La presencia de bólidos es importante, no solo en las noches del máximo, sino también al comienzo y final del periodo activo.

La lluvia de estrellas Perseidas, o lluvia de meteoros, se produce cuando la Tierra, en su órbita alrededor del Sol atraviesa la zona donde están los restos de polvo, que el cometa Swift – Tuttle, dejó   en su camino hacia el Sol. Al chocar con la atmósfera terrestre, a una velocidad de 300.000 km/h. (unos 60 km/s.) se desintegran.

¿Qué es una lluvia de estrellas?

En una noche cualquiera se pueden ver varias estrellas fugaces: una, dos o tres cada hora. Sin embargo, hay determinadas fechas del año en las cuales aumenta considerablemente su número, y se llegan a observar cientos e incluso miles ¡en una sola noche! Esto es lo que conocemos como «lluvia de estrellas» o de meteoros.

La comunidad astronómica cuando se van a producir estos fenómenos, ya que todos los años la Tierra, en su caminar alrededor del Sol, atraviesa la trayectoria de ciertos cometas.

Se trata cuerpos que al acercarse al Sol desprenden pequeñas partículas, la mayoría del tamaño de granos de arena o arroz, que quedan flotando en el espacio.

Estos minúsculos desechos, al entrar en contacto con nuestra atmósfera, se transforman en pequeñas bolas de fuego que se desintegran a unos 100 km por encima de nuestras cabezas. Son los trazos luminosos que observamos en el cielo, resultantes de la vaporización de las partículas por su colisión con las moléculas del aire.

Las «lluvias de estrellas» reciben su nombre por la zona del cielo de la cual parecen provenir. Se producen varias a lo largo del año, por ejemplo, las Leónidas de la constelación de Leo en noviembre, las Perseidas de la constelación de Perseo en agosto, entre otras.

Para ver las estrellas fugaces no es necesario utilizar prismáticos ni telescopios, y para divisar el mayor número de ellas es necesario encontrar un lugar oscuro lejos de la luz que desprenden las ciudades. Otro de los factores que más afecta a la observación es la Luna, ya que su brillo evita que observemos los meteoros más débiles.

El mejor modo de contemplarlas es a simple vista debido a la rapidez con la que atraviesan el cielo (en promedio, unos 59 km/s), por lo que es mejor dejar los prismáticos o telescopios para otra ocasión, puesto que abarcan campos de observación más pequeños que nuestros ojos.

Meteoro multicolor de las Perseidas cruzando el cielo a la derecha de la Vía Láctea. Wikimedia Commons.

¿Qué veremos este 12 de agosto?

El Sol se ocultará a las 21:17 horas, y mientras oscurece podemos empezar a ver estrellas, constelaciones y descubrir la estrella Polar.

Tendremos el planeta Saturno que sale junto a la Luna a las 22:56 horas, con magnitud 0,8ª será visible en la constelación de Piscis.

A partir de las 23:30 horas seguro comenzaremos a contar estrellas fugaces.

Podemos aprovechar a observar estos objetos hasta que la noche y sobre todo que la constelación de Perseo comience a ser visible, hasta las 00:00 horas.

La Luna menguante de 4 días será visible durante toda la noche, y su luz impedirá observar muchos objetos. No obsatante, podemos aprovechar a observar sus cráteres más importantes en esta fase: Maginus, Clavius, Plato, Copérnico, el trío formado por Tolomeo, Alfonsus y Arzachel, entre otros, y los mares de la Serenidad, Tranquilidad e Imbrium.

Si tenemos ocasión, podremos ver algún cúmulo abierto mirando hacia el centro de la galaxia entre las constelaciones de Escorpio y Sagitario: tal vez algunos objetos muy interesantes, como la galaxia Andrómeda (M31), galaxia de Bode (M81), galaxia del Puro (M82) o el cúmulo globular M13 en Hércules.

Si tienes pensado asistir a una de nuestras actividades públicas por primera vez, te recomendamos traer mantas, tumbonas, merienda y demás enseres para tumbarte y alzar la mirada al cielo en busca de las estrellas fugaces, mientras te contamos algunos de los secretos del Universo.

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Sobre equívocos, mitos y fraudes con meteoritos y minerales

Por Fernando Sa Ramón

Cuando hablamos de la mercantilización de materiales a los que se ha asignado cierto valor económico, aparecen numerosas estafas y fraudes, y el material geológico no es la excepción: falsos meteoritos, falsas piedras preciosas, minerales “milagrosos” que curan los males… hay de todo. En su afán de buscar una explicación a lo desconocido, la humanidad puede ser muy creativa y, a veces, también dañina, aunque no siempre sea la intención.

Escorias recogidas en la ciudad de Huesca. Foto del autor.

La razón, la superstición y las estafas

Hace ya tiempo que se está dando un fenómeno contradictorio (entre muchos otros): cuanto más avanza la ciencia, la tecnología y la difusión mundial por todos los medios posibles de dichos avances, más aumenta la mentira, la desinformación, las prácticas deshonestas y el afán de muchas personas de engañar, embaucar y «atontar» a las demás a toda costa, lo que hace cada vez más difícil encontrar información fehaciente basada en la lógica, el estudio de la Naturaleza y sus leyes físicas, y más aún la divulgación seria y rigurosa que desmienta dichos engaños.

El mundo de la Geología no es la excepción: Se nos presentan constantemente unas realidades que asustan. Por una parte, el alejamiento del método científico para buscar respuestas en el mundillo del misticismo y la superstición, y por otra parte, las falsificaciones y estafas al prójimo, pues que cualquier cosa que tenga cierto valor (como los materiales geológicos, es susceptible de convertirse en objeto de engaño.

Por si esto fuera poco, el propio mundo natural no nos lo pone fácil; ya lo advirtió Albert Einstein: «la Naturaleza nunca ha tenido entre sus obligaciones el facilitarnos el descubrimiento de sus leyes». Si a esto le añadimos la influencia de la compleja evolución de la sociedad, la tecnología y la industria humanas, y se combina con la maldad de algunos hombres, tenemos un peligroso cóctel de consecuencias culturales imprevisibles.

En Internet, el mercado de estafas en materia geológica supone entre el 25 % y el 95 % de la oferta, dependiendo de los materiales objeto de la falsificación: los más comunes son el ámbar, las perlas, las turquesas, los fósiles y los meteoritos; y casi nadie puede hacer algo frente a eso excepto advertirnos.

Esto no es nada nuevo: los hallazgos arqueológicos indican que, desde hace varios miles de años, se han falsificado ámbar, joyas y metales preciados.   

Si se cogen unos bonitos cristales de cuarzo y se vaporizan con metales en un laboratorio para darles otro aspecto iridiscente y llamativo, simplemente porque como seres humanos, nos gusta experimentar, ¿ya no son naturales? 

El problema real y más serio ya no es encontrar una respuesta a esta duda, sino que unas personas se inventaron que esos nuevos materiales producen en la gente efectos esotéricos curativos, espirituales y mágicos, ¡aberraciones esperpénticas que consumen la razón y el sentido común!

Es increíble que tengamos que aclarar esto: los meteoritos, los minerales y las rocas NO tienen poderes ni propiedades esotéricas, mágicas ni curativas (como mucho, un efecto placebo, una falsa idea que podría hacer sentir mejor a algunas personas). Lo que sí atesoran es una gran belleza y un gran interés científico y socioeconómico.

Intentar desmentir a quienes divulgan mitos, o abrir los ojos a quien ha caído en engaños o a quienes creen poseer un tesoro milagroso es una tarea casi imposible debido a muchos factores, como la educación recibida, el sesgo cognitivo, el «efecto ideomotor» y otros fenómenos cerebrales que nos hacen creer que una idea preconcebida o una explicación paranormal o sobrenatural son mejores argumentos que una explicación científica.

Siempre recomendamos investigar por cuenta propia sobre estos temas para descubrir cosas muy interesantes, espantarse y deslumbrarse a partes iguales, y constatar que las buenas intenciones no son suficientes.

Piedras raras

Muchas personas piensan que cualquier piedra un poco llamativa o distinta que se encuentra por ahí es algo especial, como un meteorito, mezcla de la influencia de modas pasajeras en los medios de comunicación y de la emoción de pensar que se ha encontrado algo valioso. Pues en 99 de 100 casos se equivocan.

Además, algunos meteoritos auténticos pasan desapercibidos porque parecen rocas, no llaman la atención porque no tienen la estética esperada, llevan tiempo alterándose a la intemperie. Al cabo de mucho tiempo de degradación, sus componentes pasan a formar parte indistinguible de la propia corteza terrestre. 

Existe una cantidad de materiales en los que no nos fijamos normalmente y, aunque no tengan mucho valor económico, encierran un elevado valor geológico, histórico y científico. Los problemas surgen cuando se interpreta mal su procedencia o se confunde a otras personas, con o sin mala intención.

Además, por serendipia, se ha constatado que las escorias no son solo modernas, ya que se encuentran casi en cualquier asentamiento humano desde la antigüedad, estudiado arqueológicamente o no, y en casi cualquier lugar donde se haya realizado alguna actividad industrial, como mudas testigos de las actividades humanas, desde los restos romanos de Los Bañales hasta el puerto industrial de Sagunto, desde las antiguas ciudades del desierto hasta los abandonados poblados balleneros del Ártico; y, así, se unen Geología, Historia, Antropología y Astronomía, una vez más.

Ejemplares de meteoritos encontrados en España (MNCN)

Parecen meteoritos pero no lo son

Muchos de estos materiales se venden o se hacen pasar como meteoritos, ya sea con intención de fraude o por desconocimiento: 

Escorias. Son restos vidrioso-metálicos de fundiciones, hornos o forjas, de épocas antiguas y modernas, principalmente concentradas en los alrededores de zonas industriales; suelen ser menos pesadas que los meteoritos metálicos y más que los rocosos, y generalmente presentan burbujas (los meteoritos no). 

Nódulos ferrosos (o férricos o ferruginosos). Masas minerales redondeadas que aparecen incrustadas en diferentes tipos de rocas (calizas, areniscas, pizarras, conglomerados…) o sueltas en el suelo. Suelen ser marcasita, goethita, pirita, siderita, limonita, otros óxidos, sulfuros y areniscas ferruginosas alterados por meteorización en la intemperie.

• Otros minerales de hierro y manganeso. Cuando se presentan en oscuras masas compactas y no en cristales visibles Son pesados y magnéticos, pero menos que los meteoritos metálicos verdaderos, y su composición es muy diferente.

A las escorias y a los nódulos ferrosos también se les llama «cagafierros» en muchos lugares. Otros nódulos y concreciones rocosas similares son las Bolas de moqui, o moqui marbles, concreciones redondeadas de óxidos de hierro en las areniscas de Utah (USA). 

Los meteoritos se distinguen de estos tres primeros tipos, además, y entre otras cosas, por tener una proporción isotópica diferente a las rocas terrestres, y unos minerales y unas estructuras cristalinas que no se dan en la Tierra de forma natural, lo cual nos indica que no se formaron aquí. De allí la necesidad de estudiarlos y clasificarlos en laboratorios adecuados (en España hay varios). 

Otros materiales que se confunden con meteoritos por su parecido son la bauxita, el hierro nativo, los objetos de hierro alterado (normalmente de yacimientos arqueológicos o de restos de actividades humanas y de las guerras), los ventifactos, las piedras oscuras y negras de los desiertos, las piedras del Mekong, China, las areniscas, el falso meteorito Shirokovsky (un montaje de unos militares rusos que se parece mucho a un meteorito pallasita verdadero) y la chatarra espacial caída a la Tierra.

Se parecen muy poco a los meteoritos, pero confunden 

Entre estos materiales se encuentran las impactitas y suevitas; la septaria; los nódulos de caliza de llamativo interior; la andesita, diorita, riolita, gabro, y otras rocas similares al granito; las rocas volcánicas en general, sobre todo el basalto; la obsidiana; el vidrio volcánico procedente de algunos tipos de lava aflorada en erupciones, y que varias civilizaciones la usaron para hacer armas y herramientas.

En algunos lugares de Hawái, la obsidiana ha solidificado en forma de gotas, cabellos, láminas o esférulas huecas llamada lágrimas, cabellos, algas y huevos de Pele, diosa hawaiana de los volcanes. 

Las «Lágrimas de apache» o Marekanita son un tipo de obsidiana redondeada, muy común en el oeste de América del Norte, utilizada para bisutería por las poblaciones nativas.

Las tectitas no son meteoritos, sino vidrios resultantes de choques de asteroides y de grandes meteoroides, rocas con alto contenido en sílice, fundidas y expulsadas por el impacto y recristalizadas después al enfriarse. Curiosamente, se han encontrado ciertas tectitas muy parecidas a escorias vítreas, ante todo por presentar burbujas. También el vidrio de Libia o Libyan glass proviene de impactos en arena silícea de los desiertos; las fulguritas y lechatelieritas son vidrios formados por el impacto de rayos (no de asteroides) en suelos y arenas. Todos estos vidrios se ofertan en algunos sitios como meteoritos cristalinos o vitrificados, algo que ni siquiera existe.

Luego están los restos de fundición de titanio, a saber de dónde han salido; algunos se han encontrado cerca de zonas militares. El sílex y el pedernal constan de óxido de silicio microcristalino del grupo de la sílice y el cuarzo, en los tectosilicatos, usado desde la prehistoria para hacer armas y herramientas.

Los instrumentos humanos paleolíticos son de sílex, de obsidiana o de jade (y extrañamente en muchos lugares también creen que son las puntas de los rayos). 

¿Cómo sabremos si tenemos un meteorito auténtico? En general cuando esté analizado y verificado en laboratorio, y comercializado por profesionales de demostrada experiencia y confianza. Para saber si una roca encontrada es un meteorito, algo que es sumamente improbable, hace falta mucha experiencia y conocer muy bien qué se busca y dónde, y luego llevarla a analizar.

Ornamento navideño de Swarovski (2016). Wikimedia Commons.

Manipulaciones humanas en la joyería

Algunas de estas manipulaciones se hacen por experimentar y por ciencia, o para usos tecnológicos y de joyería, y otras, desgraciadamente, para estafar.

El vidrio de Swarovski contiene un 24% de óxido de plomo, con lo que se consigue ese alto brillo característico. En 2014, esta marca puso en el mercado una serie muy limitada (y muy cara) de piezas que contenían fragmentos de varios meteoritos, entre ellos, uno de origen marciano.

Los diamantes sintéticos son reales pero fabricados en laboratorio; cuestan entre 3 y 10 veces menos que los auténticos, y la mayoría se utilizan en abrasivos, en electrónica y laboratorios, y unos pocos en joyería. Por su parte, la alejandrita sintética es óxido de berilio y aluminio, verde a la luz natural y rojo-violeta a la luz artificial.

Distinguir las joyas naturales de las artificiales es bastante difícil, si acaso hay que tener en cuenta que las naturales casi siempre presentan imperfecciones e impurezas, y las artificiales no, pero para asegurarse, hay que recurrir a instrumental de laboratorio (microscopio petrográfico, espectroscopio, refractómetro, etc.) o confiar en la buena fe y la profesionalidad de los proveedores.

Otros minerales y joyas sintéticas son el cuarzo, la esmeralda, el rubí, el zafiro, el zircón, la moissanita, la piedra de luna y el ópalo, y también los hay modificados por radiación y calor para cambiar su aspecto, como el topacio azul, el citrino más amarillo y el cuarzo ahumado. Los tratamientos para mejorar gemas son muy habituales, y lo responsable es informar al comprador para decidir si elige algo totalmente natural y sin tratar o algo tratado, generalmente más barato.

También hay imitaciones de joyas, perlas o minerales en vidrio y en plástico, generalmente de peor calidad que las sintéticas y más blandas. El tema de las perlas también es complicado: hay muy pocas auténticas. La mayoría son cultivadas (el 98% del mercado): son reales, pero forzadas a crecer dentro de los moluscos, o bien imitaciones “buenas” (tipo Majorica, de Mallorca) e imitaciones malas, falsas, pintadas, etc.  

La circonita (o zirconita) es óxido de zirconio sintético estabilizado con itrio, y se usa en bisutería y joyería para sustituir al diamante por su gran brillo y dispersión de la luz, pero vale entre 500 y 1000 veces menos. Existe un mineral natural con esta composición (óxido de Zr), pero es muy raro y se presenta pardo, gris o negro y no es transparente: el Baddeleyita de Brasil. 

El carburo de silicio es el más común, utilizado y conocido de los compuestos ultraduros, con su aspecto de mineral iridiscente y llamativo, pero hecho para usos industriales (abrasivos, electricidad, refractarios, etc.). Hoy día se está usando una variante en joyería, la moissanita sintética transparente, al igual que con la circonita, pero más dura que ésta y con mayor dispersión de la luz que el diamante; su costo es de unas diez veces menos que el diamante.

Diamante «Estrella de Sierra Leona». Foto de J. Jason. Wikimedia Commons.

Hay más sustitutos de los diamantes, como los silicatos de itrio y gadolinio, y otros compuestos ultraduros (nitruro de boro, nitruro de silicio, carburo de wolframio, carburo de boro -más duro que el diamante- boruro de osmio, carbonitruro de boro…), generalmente de uso industrial. 

El cuarzo «aura» consiste en cristales de cuarzo vaporizado con metales (titanio, oro, niobio), por lo que exhiben vistosas irisaciones, pero sin ningún poder esotérico, como aseguran sus distribuidores. El cuarzo «místico» y el topacio «místico» están también recubiertos por diversas películas para mejorar su aspecto y su color, y los cuarzos, calcedonias, ágatas, geodas, rodocrositas, okenitas, magnesitas y aragonitos teñidos tienen con colores que no presentan en la naturaleza. 

También hay grandes geodas de amatista que se hacen cementando trozos más pequeños (sí, con cemento común de albañilería), minerales diversos tratados con ácidos, bases o radiación para cambiarles el aspecto o el color, o pegados entre sí para que parezcan mejores o más raros; fulguritas no naturales (reales, pero creadas disparando a las tormentas cables de cobre anclados al suelo).

La recristalización

Se trata de una técnica instrumental de laboratorio para purificar o mejorar algunas sustancias sólidas mediante disolución, filtrado y evaporación; son minerales reales pero reconstruidos, ya no de origen natural, y comprenden las alunita, las calcantita, la lopezita, la zincita, el azufre, los cristales de fosfato amónico (APD o AMP), el bismuto, la tschermigita (o cermikita) y los «cristales» de níquel de laboratorio, la howlita (a la que llaman «turquenita»), las falsas turquesas reconstituidas con sus restos y las falsas turquesas gigantes que, supuestamente, provienen de China.

Además, hay falsos fósiles realizados en piedra, en escayola, o en resinas plásticas, el ámbar con tratamiento térmico para reforzar su brillo, aspecto y calidad (no es falso, sino «mejorado»), el ambroide, el ámbar falso fabricado con plásticos o resinas, y el copal (o young amber, o ámbar joven), que NO es ámbar ya que no está fosilizado, su aspecto es parecido, y es una resina tropical natural endurecida, algunas piezas con varios siglos de edad, que también puede contener animales, plantas y otros restos.

Finalmente, hay insectos coleccionables preservados en poliéster OLC. Si bien está claro que son de manufactura humana, es uno de los métodos que más usan los falsificadores de ámbar, quienes lo amarillean para que se parezca más al natural.

«La tendencia natural del que no sabe es creer lo que no es cierto. Para superar esa tendencia no es suficiente el exhibir la verdad; es necesario también exponer y denunciar la falsedad». 

H. L. Mencken, periodista


Un encuentro histórico: Apolo-Soyuz

Por Luis Escaned

El 15 de Julio se cumplieron cincuenta años de la misión Apolo-Soyuz, el primer proyecto conjunto entre Estados Unidos y la Unión Soviética, donde las dos potencias firmaron el fin de la carrera espacial. Esta historia es una recreación de cómo pudo haber sido aquel encuentro, basada en entrevistas y documentación sobre tal hecho histórico.

Representación artística de la misión Apolo-Soyuz. Wikimedia Commons.

La Espera: Thomas Stafford

El olor metálico y familiar de la cabina de la Apolo me envolvía. Afuera, la Tierra azul y blanca giraba lentamente, un mármol precioso suspendido en la oscuridad infinita. Mis ojos, sin embargo, estaban fijos en la pequeña pantalla que mostraba el punto luminoso de la Soyuz. Llevábamos días en esto, planeando, ensayando, calibrando cada maniobra hasta el último milímetro y aprendiendo ruso. La precisión era mi obsesión, era lo que nos mantenía vivos ahí arriba.

El Encuentro: Thomas Stafford 

Sentía una mezcla extraña de anticipación y, para ser honesto, un poco de escepticismo. Toda mi carrera se había forjado en la premisa de que los rusos eran nuestros rivales. La Carrera Espacial no era solo sobre ciencia, era sobre prestigio, sobre quién tenía la mejor tecnología, quién lideraba el futuro. Y ahora, ¿íbamos a darnos la mano? Era casi surrealista. No era un hombre de grandes emociones, pero el peso de este momento no se me escapaba. Había un mundo entero observando, esperando que no metiéramos la pata, esperando un símbolo de paz en medio de una Guerra Fría que aún se sentía tan abrumadora en la Tierra. Mi mente repasaba los procedimientos una y otra vez: la presión, el acoplamiento, la apertura de la escotilla. Todo tenía que ser perfecto. Era más que una misión; era una declaración.

La Espera: Alexei Leonov

La cúpula de mi Soyuz era mi pequeña casa en el Cosmos. Afuera, el eterno baile de estrellas me recordaba la inmensidad que nos rodeaba. Había flotado en este vacío antes, había sentido su abrazo. Pero hoy, mi corazón latía con una emoción diferente, una anticipación que casi dolía.

El Encuentro: Alexei Leonov

La idea de esta misión había sido un sueño para mí desde hacía mucho tiempo. La Carrera Espacial había sido gloriosa para nuestra Unión Soviética, llena de primeros hitos. Pero también había una pesadez, una tensión constante. Éramos rivales, sí, pero también éramos hermanos en el espacio enfrentando los mismos peligros, compartiendo la misma maravilla. Había leído sobre Stafford, sobre sus misiones. Era un piloto excepcional, un hombre serio. Me preguntaba cómo sería conocerlo más allá de los intercambios diplomáticos, y me propuse aprender inglés para una mejor comunicación. ¿Se sentiría la desconfianza de la Guerra Fría en el aire, incluso a cientos de kilómetros sobre la Tierra? No, me negaba a creerlo. El espacio tiene una forma de poner las cosas en perspectiva, de hacer que las pequeñas disputas humanas parezcan insignificantes. Soñaba con este apretón de manos, no como una rendición, sino como un puente, una declaración valiente de que podíamos y debíamos trabajar juntos.

Momento en que Leonov y Stafford se dan la mano tras el acoplamiento. Wikimedia Commons.

Durante el Encuentro: Thomas Stafford

 La aproximación fue impecable. Cuando sentí el suave «clunk» del acoplamiento, un suspiro silencioso escapó de mis labios. Las luces de la cabina de la Soyuz se hicieron visibles a través de la escotilla, y la figura de Alexei comenzó a divisarse. Cuando la escotilla se abrió por completo, el aire se llenó con ese olor peculiar de una nave hermana, y allí estaba él, mi homólogo soviético, el cosmonauta que había caminado por el espacio. No había palabras en ese primer instante, solo las miradas, una mezcla de alivio y respeto. Extendí mi mano. Su apretón fue firme, genuino. En ese momento, no éramos estadounidenses o rusos, éramos dos exploradores espaciales que habían logrado lo impensable. La política se disipó, al menos por un instante, y lo único que importaba era la humanidad. Había una calidez innegable en su sonrisa, una camaradería que trascendía los idiomas. Compartimos bromas, yo hablaba en ruso, y Leonov me contestaba en inglés; eso nos hizo sentirnos más cercanos, brindamos con puré de manzana. Se sintió... correcto.

Durante el Encuentro: Alexei Leonov

El suave impacto del acoplamiento fue como un latido del corazón que resonó en mi pecho. ¡Estábamos unidos! Sentí que me subñia la euforia. Las compuertas. La espera. Y luego, la imagen de Tom a través de la abertura. Su rostro, serio, pero con una chispa en los ojos. Extendí mi mano, mi corazón lleno de alegría. Su mano era firme, cálida. No fue solo un gesto fue una promesa. Un «¡Lo logramos!» silencioso que compartimos. La risa brotó fácilmente. Le ofrecimos nuestro pan espacial, ellos nos dieron sus tubos de comida. Intercambiamos insignias, historias, Tom hablaba en ruso, yo en inglés, ese esfuerzo mutuo nos hizo más cercanos, incluso cantamos. Era surrealista, dos «enemigos» riendo y charlando mientras flotaban sobre el mundo que los había dividido. Sentí una profunda conexión con Tom y su tripulación. En ese breve tiempo juntos, la política se desvaneció, y solo quedó la humanidad, el respeto por el coraje y la dedicación del otro.

Los cinco tripulantes de la primera misión espacial conjunta entre EEUU y la URSS. Wikimedia Commons.

Regreso: Thomas Stafford 

Al entrar en la atmósfera terrestre, la cápsula tembló violentamente. Ese era el regreso familiar, el recordatorio de la fragilidad de nuestra existencia. Pero esta vez, algo era diferente. La misión había sido un éxito rotundo. Mientras la Tierra se acercaba, reflexioné sobre el apretón de manos. No era solo un truco publicitario, había sido un verdadero punto de inflexión. Habíamos demostrado que la cooperación no solo era posible, sino deseable. La competencia nos había impulsado lejos, sí, pero la colaboración nos podía llevar aún más lejos. La Carrera Espacial, tal como la conocíamos, había terminado. Había dado paso a algo nuevo, a la idea de que podemos alcanzar las estrellas juntos. Y eso, para un pragmático como yo, era la victoria más significativa de todas.

Regreso: Alexei Leonov  

Al descender, sentí la familiar sacudida de la reentrada. La Tierra, vista desde la ventanilla, ya no parecía un campo de batalla, sino un hogar compartido, frágil y hermoso. La Misión Apolo-Soyuz no solo había sido un éxito técnico, había sido un éxito humano. Demostramos que las fronteras son invenciones terrestres que se disuelven fácilmente. La Carrera Espacial había terminado, pero el espíritu de la exploración continuaría de una manera más noble. Mirando las estrellas esa noche, supe que nuestro apretón de manos no solo había sido un momento histórico para los libros, sino una semilla plantada para un futuro de cooperación. Y eso, para un soñador como yo, era la esperanza más brillante de todas.

Después de este viaje, ambos se reunieron con frecuencia y bromeaban sobre la calidad de sus idiomas, los regalos compartidos y, aunque los dos países siguieron con sus disputas geopolíticas, para ellos fue el principio de una bonita amistad.


Meteoritos y construcciones humanas (Parte II: de la Prehistoria a la Era Moderna)

 Por Fernando Sa Ramón

Continuamos este recorrido iniciado en la entrada anterior para entender las mil formas en que se entrecruzan el pasado, el presente y el futuro, desde la Prehistoria y la Edad Antigua hasta la moderna civilización humana y la era espacial, todo manifestado en pequeños fragmentos de objetos que forman parte de nuestro entorno inmediato.

Daga elaborada en hierro meteorítico, de la tumba de Tutankhamon (imagen de Wikimedia Commons).

Es de suponer que quienes utilizaron en la antigüedad las rocas antes descritas no podían conocer su procedencia, porque esa información la averiguó la Geología moderna. Como tampoco pudieron saber todos los artesanos y trabajadores de los metales de épocas pasadas y actuales que las escorias de sus desechos serían utilizadas hoy para hacerlas pasar por meteoritos y estafar a las personas incautas. Así son las cosas.

Asimismo, los hispanos y los romanos de hace 2000 años no podrían haber imaginado que el plomo que extraían de las minas y usaban en sus construcciones y canalizaciones serviría, siglos después, para blindaje contra radiaciones en multitud de experimentos modernos sobre el estudio de la materia y del Universo en varios laboratorios subterráneos, como el de Canfranc.

Aún menos los seres humanos del paleolítico hubieran podido imaginar que el hollín de la quema de huesos que utilizaban para pintar sus obras rupestres serviría de inspiración para proteger una sonda espacial actual: la Solar Orbiter de la ESA, que se acercará a 4 millones de kilómetros del Sol, lleva un recubrimiento de fosfato de calcio negro elaborado a partir de carbón de huesos quemados (llamado «Negro Solar») integrado en el titanio y otros metales de su escudo de protección.           

Recientemente, se ha estudiado en varias canteras, sobre todo en el norte de Europa, que, según se van extrayendo placas de roca, aparecen algunos meteoritos que cayeron durante la formación de esas rocas. Se trata de un hecho muy importante para la comunidad científica, puesto que puede estudiar unos antiquísimos mensajeros espaciales preservados en su envoltorio pétreo. Por esto, es muy probable que numerosas baldosas, losas y encimeras por todo el mundo contengan meteoritos (o sus restos) caídos hace cientos de millones de años, y que alguien piense que son inclusiones inapropiadas o feas.

También debe de haber numerosos meteoritos englobados en diversas rocas antiguas, y es probable que algunos de los fragmentos que están a la vista en los conglomerados o en los cantos rodados de cualquier río sean meteoritos y no los hayamos visto, porque es muy difícil identificarlos.

¡Eh, un momento! Después de haber escrito tan atrevida afirmación personal, tuve que buscar en la web si me estaba pasando o no; en menos de cinco minutos ya pude encontrar un sitio donde se dice que algunos científicos ya han estudiado esto y tienen rebanadas de conglomerado con trozos de meteoritos*, y hay otro artículo en The Meteoritical Society sobre tectitas y microtectitas incluidas en rocas sedimentarias de China.

Conglomerados terrestres con inclusión de meteoritos (Museo Canario de Meteoritos).

Minerales extraterrestres en objetos de trabajo y de lujo

El asunto no acaba aquí. Al parecer, antes de que la humanidad comenzara a dominar la metalurgia del hierro, algo más de 3000 años atrás, se usaron meteoritos metálicos para forjar cuchillos, dagas, puntas de lanzas, adornos y otros objetos, y, posiblemente, hacer pigmentos. La razón fundamental es que entonces aún no se lograban alcanzar los más de 1500º necesarios para extraer el hierro de sus minerales, algo lejos de los 1000º necesarios aproximados para crear el bronce y otras aleaciones que sí se dominaban en la llamada Edad del Bronce, anterior a la Edad del Hierro, o con los que sí se puede trabajar el propio hierro (la forja).

No cabe duda, además, del uso con motivos rituales, simbólicos y religiosos, ya que utilizaban un extraño metal «caído del cielo de la mano de los dioses», más raro que el oro y el cobre en ese tiempo, y de resistencia y características asombrosas, por lo cual estaba reservado, en muchos casos, a las altas esferas sociales, como los faraones egipcios. Otras culturas en las que también se han encontrado objetos hechos con hierro meteorítico son los sumerios, los hititas, la antigua China, pueblos de la Sudamérica precolombina y los inuit del Ártico.

Cabe preguntarse cómo saber si ese hierro procede de afuera de nuestro planeta o si esas rocas se han creado de esa manera. La ciencia, la computación y la tecnología de que disponemos avanza muy rápido y, lógicamente, desde numerosos campos científicos se pueden demostrar estos supuestos hace tiempo. En los laboratorios preparados para tal fin, y en España hay varios dependientes del Centro Superior de Investigaciones Científicas y de diversas universidades, se analizan miles de meteoritos y objetos, y aparte de la complejidad técnica que supone, lo más significativo es que estos objetos contienen composiciones químicas y estructuras cristalinas que no se dan en la Tierra de forma natural, y que presentan una proporción de isótopos diferente a la de nuestro planeta, huellas inequívocas de su origen espacial.** 

Como curiosidades, también se han encontrado instrumentos paleolíticos y ornamentos realizados en moldavitas y en vidrio de Libia, y actualmente, se utilizan meteoritos, tectitas, vidrio de Libia y lechatelieritas para hacer piezas de bisutería, joyería, relojería  y escultura***. En 2014, la marca Swarovsky puso en el mercado una serie muy limitada (y muy cara) de piezas que contenían fragmentos de varios meteoritos, entre ellos, uno de origen marciano. Y, en los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi 2014 (Rusia), se insertaron meteoritos procedentes del extraordinario bólido de Cheliàbinsk en varias medallas de oro (caído un año antes, en febrero de 2013). 

Estos son solo algunos ejemplos de las cosas inesperadas que aprendemos acerca de nosotros mismos y de nuestra civilización; la Astronomía, la Geología y la Paleontología nos hablan del pasado y de por qué estamos aquí… pero hay que saber escucharlas.

El hierro de un meteorito, el de nuestra sangre y el del mástil de un reloj de Sol, así como el calcio y el carbono de la pared que lo sostiene, el de un fósil, de una planta y de nuestro cuerpo y nuestros huesos, provienen del núcleo de algunas estrellas. En el Cosmos todo se originó en hechos que han sucedido antes; en la mayoría de las historias de la humanidad también. En los objetos y en los edificios que construimos coexisten los materiales provenientes de la evolución del Universo y de la vida con las marcas de canteros, con los agujeros de balas y de bombas, con el arte, con la ciencia, con la tecnología, con las aspiraciones humanas, con la radiación, con el engaño y con la tozuda realidad, con el paso del tiempo, con la Antropología... Después de todo, quizá sí haga falta una visión más amplia y múltiple sobre lo que nos rodea, por insignificante que parezca. 

«Lo que siempre me ha gustado en el hombre es que, siendo capaz de construir Louvres, pirámides eternas y basílicas de San Pedro, pueda contemplar fascinado la celdilla de un panal de abejas o la concha de un caracol».
Georg Christoph Lichtenberg, científico y escritor del siglo XVIII

Notas

(*) Revista Meteoritos, del Museo Canario de Meteoritos, n.º 9, mayo 2018, artículo ode José García (incluye imágenes).

(**) Los isótopos son átomos de un mismo elemento químico, con sus mismas características, pero con un número distinto de neutrones en su núcleo, lo que ofrece sutiles diferencias o radiactividad.

(***) Recordemos que las tectitas y el vidrio de Libia son los vidrios resultantes de choques de asteroides en la Tierra, arenas que fueron fundidas, eyectadas y re-solidificadas; y las lechatelieritas son los vidrios formados por impactos de rayos en suelos arenosos.


Meteoritos y construcciones humanas (Parte I, fósiles y minerales)

 Por Fernando Sa Ramón

Los materiales de construcción están profundamente enlazados con la Geología y con el terreno de donde se obtienen, tanto por las materias primas que utilizamos como por los materiales procesados; pero ahondemos un poco más en algunos de sus componentes que suelen pasar inadvertidos. Hoy no solo vemos fósiles y minerales en el medio natural, también abundan muestras en pueblos y ciudades, en los materiales que se han usado para su construcción.

Varios tipos de fósiles en las baldosas de los edificios del Parque Tecnológico Walqa, en Huesca.
Foto del autor. 

Para introducirnos en este tema, ¿cómo abordaríamos el estudio de un viejo reloj de Sol? ¿Desde el punto de vista de la Astronomía, de la Relojería, del Arte, de la Historia, del avance científico antiguo, de la Sociología, de la Antropología, de la Etnología? ¿O desde todos ellos? 

A algunas personas de mente inquieta no nos queda más remedio que insistir en que todo está relacionado. Sí, de acuerdo, muchas veces es necesario acotar y delimitar tramos de conocimientos para no abrumarnos, pero, desde el momento en que quedó perfectamente demostrado que provenimos de la evolución del Universo, no debería parecernos exagerado. Dado que la Tierra no es estática, que su evolución astronómica y geológica continúa, y nuestra Evolución en ella también, y que los seres humanos aprovechamos muy bien el entorno, a veces sin saber correctamente cómo está formado, o las consecuencias derivadas, se generan situaciones muy interesantes que ponen en evidencia esta idea de interrelación de todo. Veamos unos ejemplos que conectan la Astronomía con la Geología, la Prehistoria, las construcciones humanas, la forja y la joyería. 

Es fácil darse cuenta de que los materiales de construcción están profundamente enlazados con la Geología y con el terreno de donde se obtienen, tanto por las materias primas que utilizamos (rocas, arena, agua, minerales…) como por los materiales procesados (cemento, acero, cal, vidrio, asfalto, cerámica, pinturas…); pero ahondemos un poco más en algunos de sus componentes que suelen pasar inadvertidos. En la actualidad, no sólo en el medio natural podemos observar fósiles y minerales; curiosamente, también abundan muestras en pueblos y ciudades, y no nos referimos a los museos. ¿Dónde se encuentran entonces? En materiales que se han usado para su construcción: las rocas, sea que provengan de fuentes cercanas o lejanas.

Se observan en las paredes y los suelos de edificios civiles y religiosos de épocas pasadas y actuales, desde las pirámides de Egipto hasta las casas modernas, en adoquines de calles y en suelos empedrados de casas y de iglesias antiguas (donde aún resistan), en castillos, en piedras y losas de pavimentos de calles, de interiores y de fachadas, en muros de fincas del campo, de la costa y de zonas urbanas… En algunas baldosas, el número de fósiles visibles es enorme, decenas o cientos en cada una, y en otras se aprecian icnofósiles (las huellas o rastros dejados por aquellos seres vivos), o restos de corales y arrecifes. Casi nadie se percata de ello, aunque se pase a su lado a diario.

Losas con icnitas procedentes de zonas del Pirineo de rocas turbiditas en la fachada de un edificio de Huesca. Foto del autor.

Asimismo, en numerosos embaldosados, encontramos llamativos huecos y vetas recubiertos de cristales de calcita y de otros minerales, e inclusiones metalíferas, que se observan en materiales como calizas, esquistos, pizarras, granitos; sólo hay que fijarse con atención y pueden aparecer ante nuestros ojos asombrados. Sin embargo, tampoco debe sorprendernos tanto si pensamos que la mayor parte de la humilde caliza que se utiliza para hacer baldosas o cemento procede del metamorfismo de las conchas de los billones y trillones de pequeños seres que vivieron hace cientos de millones de años.

Sí es habitual y más vistosa la fabricación de mesas, lavabos, bañeras, esculturas, lámparas, fuentes… con losas que contienen grandes fósiles, con calizas coloreadas y con discos de troncos fosilizados. 

Demos un paso más: ¿se podría relacionar directamente el espacio interplanetario con las edificaciones?

A estas alturas ya se puede intuir que sí lo haremos: algunas canteras de donde se extraen rocas para la construcción proceden de cuencas y estructuras de antiguos impactos asteroidales que modificaron la roca preexistente, por lo que numerosos edificios de todo el mundo están construidos con estas impactitas.

Tenemos muestras de rocas de impacto en las coloridas piedras del castillo, de la iglesia y de otras construcciones de Rochechouart, Francia (cráter del mismo nombre); en Nördlingen, Polsingen y alrededores, Alemania, provenientes de la estructura Ries (con rocas suevitas que contienen, además, gran cantidad de microdiamantes); en Chicago y otras ciudades, donde muchas edificaciones se levantaron con roca de la cantera del cráter Kentland, Indiana; o en gran parte de Sudáfrica, especialmente en Johannesburg, procedentes del cráter Vredefort, uno de los más grandes y antiguos de la Tierra, Patrimonio de la Humanidad desde 2005, en la importante región minera de Witwatersrand. En esta región hay una gran concentración de metales pesados del grupo del platino, por lo cual, tal vez, provengan del cuerpo que impactó hace millones de años (ya que muchos asteroides contienen notorias cantidades de metales pesados), o, al menos, una parte de ellos. Posiblemente haya varios lugares más no estudiados, puesto que se ha comenzado, sólo recientemente, a examinar y catalogar numerosas estructuras de impacto por todo el mundo (Rusia, Australia, Pakistán, Kazakhstan, India, Europa, Canadá, Argentina, Chile, Mauritania, Marruecos, entre otros).

Rocas de brechas líticas utilizadas en la iglesia de Rochechouart, Francia, así como en otros edificios, procedentes de los cercanos afloramientos del cráter de impacto (foto de Ernston-Claudin, geólogos). 

Pese a la gran controversia científica que surgió, en España se investiga desde hace unos años la zona desde Azuara hasta Rubielos de la Cérida (entre Zaragoza y Teruel, incluidos Daroca, Cucalón, Fuendetodos, Olalla), donde aparecen varias estructuras geológicas de un posible gran impacto, quizá múltiple (choque de varios fragmentos de asteroide o de cometa roto antes de llegar al suelo), que se pueden ver actualmente en varios parajes y hasta en los cortes de la montaña en algunos tramos de la autovía Mudéjar y de las viejas carreteras.

Uno de esos grandes personajes poco conocidos de la Historia, el geólogo y astrónomo norteamericano Eugene Shoemaker (sí, ese, el co-descubridor del cometa Shoemaker-Levy 9 que se estrelló contra Júpiter en julio de 1994) fue uno de los pioneros de las ciencias planetarias y la astrogeología, y en estudiar y hablar de los cráteres de impacto en los planetas, incluidas la Tierra y la Luna, los cuales, antes, se pensaba que eran de origen volcánico; visitó la estructura Ries en la década de los sesenta, identificando coesita y suevita, típicas de los eventos de impacto. Astronautas de las misiones Apolo 14 y 16 de la NASA y de la ESA han visitado la zona para familiarizarse con esos tipos de roca. La roca suevita que se utilizó para construir Nördlingen contiene gran cantidad de microdiamantes, debido a las altas presiones y temperaturas que afectaron al carbón que había allí. Pero de ahí a que varios medios hayan dicho que «la ciudad está construida completamente con diamantes» hay un gran abismo.

Suevita en la iglesia de St. George de Nördlingen. foto de Martin Schemieder.

En la próxima entrada seguiremos escarbando en este universo de curiosidades que se encuentran en nuestros suelos y paredes, con las que convivimos sin advertirlo.


Basura por tierra, mar y aire… ¡y más allá!

Por Fernando Sa Ramón

El inmenso problema de la basura generada por la humanidad será uno de los retos más grandes de las generaciones futuras; lo es ahora, pero parece que no supiéramos controlarlo, a pesar de que somos una especie tecnológicamente avanzada.

Impresión artística basada en datos reales y exagerando el tamaño de los escombros con respecto de la Tierra para hacerlos más visibles. Imagen de ESA.

No toda la basura y la chatarra contaminan, pero la mayor parte sí, y otros grandes inconvenientes que conllevan son la dificultad de almacenaje, los problemas biológicos, ambientales y económicos, el despilfarro de valiosos metales y recursos, las mentiras en el reciclaje, la explotación de muchos grupos humanos, en fin…

Aunque fuese posible que quedaran pequeños reductos intactos (o casi intactos) en nuestro mundo, no hay un solo entorno o ecosistema que no se haya visto afectado en mayor o en menor grado, tanto en tierra firme como en las masas de agua dulce y salada, en las de hielo y nieve, en el aire, y sí, en el espacio también desde hace unos pocos años, tan solo un instante en términos astronómicos, geológicos o evolutivos.

Y no hablamos solo en órbitas terrestres, sino también en gran cantidad de cuerpos del Sistema Solar, por las naves que se envían para su estudio: las que funcionan, las que ya han dejado de hacerlo y las que se han estrellado por fallos diversos. De nuevo, surge irremediablemente el concepto de Antropoceno. No vamos a entrar en la discusión de si es un hecho bueno o malo, necesario o innecesario; simplemente, vamos a dejar constancia de lo que hay. Y es preocupante, como poco.

Según datos recientes de la NASA y otros organismos, la cantidad de aparatos y materiales que giran en órbitas sobre la Tierra supera las 7600 toneladas, entre las máquinas que funcionan, los aparatos obsoletos y los restos varios. Hay unos 5000 satélites, y los escombros orbitales provenientes de pruebas, choques, explosiones y naves abandonadas ofrecen unas cifras sorprendentes: unos 21 000 fragmentos de más de 10 cm, unos 500 000 de entre 1 y 10 cm, y más de 100 millones de menos de 1 cm. Abarcan desde tramos de cohetes hasta polvo y virutas de pintura, metal o plástico, pasando por motores, paneles solares, depósitos de combustible, chapas, compuertas, tornillos, aparatos electrónicos, antenas, herramientas, guantes, vidrios.

El mayor inconveniente que suponen todos estos materiales es su elevada velocidad orbital, que los hace mucho más peligrosos, y a lo que hay que añadir la amenaza de los meteoroides naturales. Repartidos por el gran volumen que ocupan en el espacio cercano no suelen dar problemas, pero ya han dado más de un susto grave a los satélites activos y a la Estación Espacial Internacional (ISS), y el asunto va a ir a peor, por supuesto. Hay varios proyectos y estudios para buscar una solición y efectuar unos trabajos de «limpieza» y otros distintos, como aprovechar esos materiales para hacer construcciones en órbita o en la Luna; pero va a ser muy difícil desde el punto de vista técnico y económico.

Representación esquemática de algunos objetos en órbitas sobre la Tierra, que abarcan órbitas bajas, geoestacionarias, geosíncronas y cementerio (foto de Armando Núñez).

Los fragmentos pequeños solo son peligrosos para los aparatos en órbita, puesto que, si caen a la Tierra, se desintegran por el rozamiento con la atmósfera; estos tienden a quedarse más tiempo en órbita debido a su poca masa. Con las naves y las piezas grandes la cosa cambia, porque tienden a caer, atraídas por la gravedad, con más facilidad. En este caso, la comunidad científica intenta otras opciones: enviarlas a órbitas superiores más lejanas, si les queda suficiente combustible, o que la reentrada sea lo más controlada posible, cosas que no siempre se logra. A veces se da el caso, debido al gran tamaño de los objetos, de que no se pueden desintegrar por completo en la atmósfera y, entonces, se procura que los restos caigan en los océanos, preferiblemente en una zona del Pacífico Sur muy alejada de áreas pobladas, alrededor del llamado Punto Nemo. Éste es uno de los denominados Polos de Inaccesibilidad (PIA), que son lugares que tienen una máxima distancia desde puntos determinados o máxima dificultad de acceso (algo así como «lo más lejos de»). 

Un Polo de Inaccesibilidad debe ser equidistante a tres puntos de línea de costa y estar a la mayor distancia posible de ellos. En tierra firme el punto más alejado de mares y océanos es el Polo de Inaccesibilidad de Eurasia (EPIA), a 2514 kilómetros, en el interior de China, cerca de Kazajstan; en los océanos, el punto más alejado de alguna costa es el Polo de Inaccesibilidad del Pacífico (PPIA o «Punto Nemo», en referencia al capitán de la novela de Julio Verne), situado a 2688 km de la Antártida y de varias pequeñas islas casi perdidas en la inmensidad azul, entre ellas las de Pascua. En él, la profundidad alcanza los 3,7 km.

Localización en un mapa del polo de inaccesibilidad (PIA) del Pacífico. El círculo marca la distrancia a la masa terrestre más cercana. Imagen de Timwi. Dominio público.

Dada la lejanía con una zona habitada y la escasez de rutas comerciales, las personas que más se acercan por allí de vez en cuando son los astronautas de la Estación Espacial Internacional, puesto que orbitan a unos 400 km de altura, mucho menos que la distancia a un sitio habitado.  

No hay una parte del planeta donde no puedan llegar, alguna vez, restos de la chatarra espacial que cae de forma constante; de hecho, varios fragmentos caídos se han confundido con meteoritos, algunas veces; pero en el fondo marino de los alrededores del Polo de Inaccesibilidad del Pacífico se han ido acumulando, a lo largo de los últimos cincuenta años, cientos de toneladas de restos de ingenios espaciales que las personas responsables de agencias espaciales del mundo han preferido hundir en este cementerio espacial para minimizar los riesgos; entre ellos, caben destacar los restos de la estación soviética MIR y de seis Salyut rusas, más de 140 naves de abastecimiento rusas, seis naves de carga japonesas y cinco de la ESA, entre otras. 

Para las naves situadas en órbitas geoestacionarias o en geosíncronas (a 35 786 km sobre el ecuador o sobre otros puntos, respectivamente, en las que su periodo orbital es igual que el periodo de rotación de la Tierra, o sea, siempre están sobre el mismo punto), el asunto es diferente, ya que se necesita mucho menos combustible para alejarlas un poco hasta unas «órbitas cementerio» al final de sus vidas útiles y evitar accidentes que para volver a acercarlas a la Tierra. Los satélites de GPS operan a unos 20 200 km.

Además, hay que sumar unas cuantas naves que se encuentran muy lejos, aproximadamente a un millón y medio de km, en los llamados puntos de Lagrange L1 y L2 del sistema Sol-Tierra. Recordemos que L4 y L5 son áreas de gran estabilidad gravitatoria situadas en la órbita de un planeta a 60 o por delante y por detrás de él, pero pueden estar llenas de peligrosos escombros naturales. L1 y L2 están en línea entre Sol y Tierra, y detrás de esta, y no son tan estables, pero los satélites se pueden mantener allí gastando poca energía para corregir sus leves desviaciones, y esas posiciones son interesantes para llevar a cabo ciertas misiones.

Como ya se vio en una entrada anterior, en la superficie de la Luna permanecen unas 175 toneladas de naves, restos y todo tipo de materiales, abandonados allí desde que la humanidad comenzó a llegar a ella; y que, en Marte, hasta ahora, «solo» hay unas 8 toneladas de naves, restos, vehículos y estaciones meteorológicas, y otras 22 toneladas en Venus. También hay desechos en Mercurio, Júpiter, Saturno de algunas naves que se enviaron para su estudio, y en el cometa 9P/Tempel 1; una nave en el asteroide Eros, otra en Titán (satélite de Saturno), cuatro pequeñas en el asteroide Ryugu, y las sondas Rosetta y Phillae en el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko. Y en órbitas solares o desconocidas, se encuentran numerosos fragmentos de naves y de cohetes, y naves completas ya no operativas (como la fase de ascenso LM-4 del Apolo 10), así como las que se perdieron en misiones fallidas, y el recientemente desconectado telescopio de infrarrojos Spitzer. En una órbita inestable entre la Tierra y la Luna se encuentra la fase S-IVB del Apolo 12, encontrada en 2002 por un astrónomo aficionado creyendo, al principio, que era un asteroide.

Lluvia de chatarra

En enero de 2006 cayó un pequeño fragmento de chatarra espacial en Villalobar, León; en noviembre de 2015 cayeron dos tanques de helio de algún cohete en la provincia de Murcia. Pero una de las historias más curiosas sucedió mucho antes y mucho más lejos: resumiendo bastante, en julio de 1979 el Skylab de la NASA (la primera estación espacial de Estados Unidos) cayó a la Tierra, y la mayor parte de sus 77 toneladas ardió en la atmósfera, aunque algunos trozos acabaron en el océano Índico y en Australia.

En la localidad de Esperance (Australia), donde se recogieron varias piezas, el Consejo Municipal impuso una multa de 400 dólares a la NASA «por tirar basura», que se entregó al gobierno de Estados Unidos y que nunca fue pagada, aunque el presidente Carter llamó para disculparse. En 2009, un locutor de radio de Barstow, California, conoció la historia, hizo una recaudación entre sus oyentes y envió un cheque de 400 USD a Esperance. Poco después, en el 30º aniversario del suceso, invitaron al locutor a las celebraciones y a visitar el pequeño museo local donde se guardan los restos del Skylab.

Varios fragmentos y componentes de la estación rusa Salyut 7 se encuentran en observatorios, asociaciones astronómicas y ciudades de Argentina, ya que cayeron esparcidos entre Buenos Aires y Los Andes en febrero de 1991 (trataron que cayeran en el Atlántico, pero no se logró).

Ahora sí podríamos entrar a debatir en si todo esto ha sido algo necesario o innecesario, bueno o malo: como sucede con tantas cosas de los seres humanos, ofrece un poco de todo, pero pudiera ser que no tenga mucho sentido preguntarse algo así, ya que es algo inherente a nuestra naturaleza y a la Evolución. Como especie, nuestra infinita curiosidad y capacidad de estudiar nuestro entorno nos lleva a saltar los límites constantemente y a generar situaciones negativas o peculiares mientras avanzamos, del mismo modo que las actividades humanas acaban con algunos ecosistemas (como bosques y humedales) y crean otros nuevos (como el Delta del Ebro).

Por supuesto, muchas cosas se deberían hacer mejor, pero ¿cómo salir del campo gravitatorio terrestre de otra forma? ¿Cómo podríamos tener la gran cantidad de información que se atesora de todos esos cuerpos del Sistema Solar si no es enviando naves a ellos para su estudio? ¿Cómo evitamos que una nave falle en los últimos segundos y se estrelle, a millones de kilómetros de aquí? ¿Cómo determinar qué nave o qué rover es basura y cuáles no lo son?        

Tampoco es todo negativo: existen protocolos y normas muy estrictas para que ciertas misiones espaciales no lleven contaminación biológica en las naves, para no contagiar los objetos que visitan y para que, si se busca la posible existencia de vida, los datos no resulten falsos. Un ejemplo son las sondas que han visitado Júpiter, Saturno y sus satélites, que se han introducido a propósito en esos gigantes gaseoso-líquidos al final de sus misiones para que no hubiera posibilidad de que sus intrigantes satélites resultasen contaminados por algo biológico o por la radiación de las baterías nucleares de las naves si llegaran a estrellarse en su superficie.  

Es muy posible que, en el moderno y necesario concepto de Antropoceno (a pesar de otras opiniones contrarias) haya que añadir la presencia de todos estos ingenios y restos no solo porque estén en nuestro planeta, sino porque somos la única especie que los ha puesto alrededor de él y por todo el Sistema Solar, hechos que son absolutamente asombrosos y que perdurarán durante muchas generaciones.

De todas formas, lo realmente preocupante es que no hay gobierno ni institución capaz de limpiar la basura de lugares como Yosemite, los campamentos base del Everest o del resto del Himalaya, o de cientos de costas, ríos, puertos y marismas, de Yellowstone, la Patagonia, el cabo de Gata o el Salto de Bierge; sólo lo hacen personas voluntarias y unos pocos ayuntamientos.

«No cabe la menor duda de que, la nuestra, puede muy bien llamarse la civilización de la basura».

Félix Rodríguez de la Fuente

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