Por Fernando Sa Ramón
A lo largo de la historia de la civilización humana, hemos encontrado en la naturaleza minerales y productos para nuestra alimentación y para crear objetos utilitarios que nos facilitan la vida, pero ha sido en el último siglo donde la explotación desmedida de estos recursos ha excedido el umbral de la cordura y el respeto por nuestro hábitat y por otros seres humanos. ¿Existirá un límite para tanta codicia?
Los metales raros y pesados, como el oro, la plata, el paladio, el niobio, el tantalio, el cobre, el platino, el iridio, el vanadio, el osmio y el uranio, aunque muy codiciados por las personas para su uso personal e industrial, sólo representan un minúsculo porcentaje del total de los elementos de la superficie terrestre. Se supone que muy en el interior de la Tierra sí debe haber grandes cantidades, hundidos por su propio peso, cerca del núcleo, desde los comienzos de la formación del Sistema Solar.
Sin embargo hay una extraña relación entre los seres humanos y el oro y otras materias preciosas. El oro, para unos, un símbolo de poder, riqueza, ostentación, supremacía y libertad; para otros, un metal casi inútil y sin aplicaciones prácticas cotidianas, símbolo de la desigualdad y las luchas contra el prójimo y contra la naturaleza que genera. Seguramente una visión intermedia sea más correcta, hasta el oro tiene cosas malas y buenas: se usa mucho en tecnología, en astronáutica y en aparatos electrónicos. Esa fascinación que provocan sus propiedades podemos extenderla a otros metales y minerales preciosos, pero los problemas seguirán siendo los mismos, porque están sujetos a la arbitrariedad y la codiciosa forma de ser de los seres humanos: cómo se obtienen y cómo se utilizan.
Para recoger un solo gramo de oro hace falta procesar más de una tonelada de roca; el oro usado por las personas a lo largo de toda la historia ocuparía alrededor de dos piscinas. Haciendo unas operaciones físicas y matemáticas (con las densidades, los volúmenes, etc.), se puede calcular que ha sido necesario mover y filtrar unos 20 millones de piscinas de roca, equivale a 7000 veces la masa de la pirámide de Keops, a una gran montaña de una cordillera, a un asteroide de 2,5 kilómetros de diámetro o suficiente roca para rellenar por completo el valle de Ordesa.
Quizá estos son sólo datos curiosos; lo inquietante es que la especie humana, después de tantos siglos de ciencia, todavía no usa su “inteligencia” para estar por encima del valor arbitrario que se da a cosas que no son imprescindibles para vivir, pero que la hacen sentirse por encima de sus semejantes.
Por supuesto, podemos comprobar estas observaciones en muchos lugares del planeta; en la mayoría de ellos se da la triste paradoja de que donde se extrae una gran riqueza mineral reina una gran pobreza, y de la mano de ese extractivismo está la corrupción, la extorsión, la degeneración humana y ambiental, la explotación, el mercado negro y el contrabando, las mafias, las guerras…
Seguramente conocemos suficientes ejemplos: ¿quién no ha oído hablar de la inhumana y triste historia de la extracción de Coltán en África central? Ha pasado de ser una simple curiosidad de coleccionistas a tener importancia geopolítica y económica para obtener niobio, tantalio (o tántalo) y otros metales para fabricar casi toda nuestra tecnología actual de ordenadores y telecomunicaciones, y para enriquecer a unas pocas multinacionales y gobiernos mientras los países de donde proceden y sus limítrofes se consumen en guerras, miseria y degradación, con más de 5 millones de muertos.
El coltán es una mezcla de Columbita (o niobita, niobio=columbium), (Fe,Mn)Nb2O3 y Tantalita, (Fe,Mn)Ta2O6 con otros minerales y metales estratégicos (silicio, cinc, itrio, cerio, titanio, estaño); y uno de sus problemas es que suele estar acompañado por minerales que contienen elementos radiactivos (como el uranio y el radio), y nadie ha advertido a los mineros… como si tuvieran poco con ser explotados y vigilados con armas automáticas por las guerrillas locales.
También en el continente africano hay más minería problemática de diamantes, de otras gemas y de metales valiosos, situadas en Sudáfrica, Zambia, Angola, Zaire, Sierra Leona, R. D. del Congo, Nigeria, Costa de Marfil, Liberia, Guinea.
Diamantes "de sangre", explotación y envenenamiento
¿Habéis oído hablar de los “diamantes de sangre”? Llamados así por provenir de extracciones marcadas por las muertes y por la corrupción de gobiernos, militares, multinacionales y traficantes. Y con la extracción de azufre de volcanes activos, hay personas que cobran unos míseros euros diarios mientras pierden la salud rápidamente por respirar gases tóxicos. En India sucede algo similar con los diamantes y el carbón; y con los rubís, zafiros y jade de Birmania y Camboya, hay quienes ya hablan del “jade de sangre”, por la corrupción, las guerrillas y el tráfico ilegal con China. También está la explotación de esmeraldas en Colombia, totalmente mezclada con la droga y los paramilitares. Y en toda la Amazonia con los garimpeiros, que buscan piedras preciosas y oro en explotaciones ilegales (garimpos) utilizando mercurio y cianuro, que dejan el terreno desolado y ultracontaminado. En Afganistán, el lapislázuli (“oro azul”) y otros minerales enriquecen a los talibanes con su comercio ilegal.
En los Andes y en el desierto de Atacama (Perú, Bolivia, Chile), la minería de cobre, estaño, mercurio, plata, oro molibdeno y el fundamental litio de los grandes salares. El 27 de agosto de 2016 un ministro de Interior de Bolivia fue torturado y asesinado por mineros. ¿Cómo debe estar esa población de harta y cuántos años llevan aguantando mentiras y expolios por parte de sus propios gobiernos y de las mineras estatales y extranjeras para acabar así? Es una pregunta retórica, han sido engañados y explotados desde que Colón llegó a América. La mayor parte de esa riqueza desaparece de estos países y se va a los más ricos, prácticamente robada o mal pagada, y deja atrás destrucción, pobreza, contaminación y poblaciones trastocadas y estafadas; con lo bueno que sería establecer un comercio normal, racional y conveniente para todas las partes, pero la codicia de algunos no tiene límites.
Probablemente, el triste récord de atrocidades lo ostente la República Democrática del Congo, a pesar de su gran riqueza natural ansiada por el resto del mundo, o precisamente por ella: primero fue el marfil y el comercio de esclavos; después, el caucho para las ruedas de los vehículos; luego el cobre, el oro, los diamantes, las maderas preciosas y el uranio para fabricar bombas atómicas, desde la primera de ellas: todo bajo la explotación colonial del régimen belga, del cual apenas se independizó en la segunda mitad del siglo xx. Ahora es por el coltán, y en el futuro será por el agua potable y la energía hidroeléctrica. El millonario mundo industrial siempre engañando, explotando, abusando, torturando y matando a sus habitantes.
Más recientemente, el descontrol contaminante y geográfico se está adueñando de las minas de oro y de elementos raros, lantánidos y actínidos de China, en pro del supuesto avance del país y del imperialismo de sus dirigentes. Estas minas a cielo abierto y sus escombreras se están convirtiendo en las más visibles desde el espacio, dado el enorme tamaño que van alcanzando las explotaciones.
Dentro de unos años habrá que observar también cómo se gestionan las escasas minas de fosfatos del planeta, vitales para producir abonos y fertilizantes, de los que dependerá nuestra propia alimentación (por tanto, ¿podrían llegar a ser más importantes que el oro, el cobre, los diamantes o el tántalo?). En este momento el comercio del fósforo se encuentra acaparado por cinco países: Marruecos, China, Estados Unidos, Jordania y Sudáfrica.
¿Adónde va la basura electrónica?
Y ahora preguntémonos, ¿dónde están los vertederos tecnológicos? Es decir, aquellos donde van a parar los aparatos electrónicos desechados para su desmantelamiento no controlado: por supuesto, a muchos países pobres donde no existen regulaciones para algo tan delicado. Aquí cabe una mención especial al vertedero más grande del mundo, situado en la ciudad china de Guiyu. Así, los países “civilizados” se quitan de encima ese problema y venden una imagen lavada de políticas ambientales mientras fomentan que suceda esta crisis de contaminación global.
Existen proyectos y algunos inventos para reciclar todos estos materiales de una forma coherente, más humana y no contaminante, y funcionan bien, pero de momento parece que es más barato que lo hagan personas necesitadas para ganarse un sueldo miserable a costa de quemar su salud, manejadas por mafias y contrabandistas sin escrúpulos que se aprovechan de la necesidad humana, mientras la clase política y las personas más ricas del mundo miran hacia otro lado.
A la larga, esos enormes problemas sociales y de contaminación traen consecuencias nefastas para la totalidad de nuestra especie y de la Biosfera. Para entenderlo mejor: los plásticos y los productos químicos de países del Norte Global que llegan a países del Sur Global acaban en acuíferos y campos de cultivo por prácticas fraudulentas, y así contaminan los productos comestibles; esos países luego exportan sus productos a los “desarrollados”, y acabamos ingiriendo esos contaminantes que el sistema nos quitó antes de encima.
Poca gente se detiene a reflexionar sobre las implicaciones de algo cuando parece obtener un beneficio inmediato; esto lo ven más claramente los astronautas, aunque ningún gobierno les hace caso: «Todos navegamos en el mismo barco». ¿Queremos hundirnos?